¿Para que sirve un juguete, además de su función puramente lúdica?

Los juguetes son los objetos con los que aprendemos a interactuar con el mundo. Así pues, cualquier objeto es potencialmente un juguete.  Una silla que se usa en el “juego de las sillas”, deja de tener su funcionalidad original (descansar) para convertirse en una herramienta para divertirse e interactuar con otros jugadores. Pero además,  se convierte en un trofeo y en un objeto de deseo y codicia. El juego de las sillas a veces parece una metáfora de la vida, un rito que hace de espejo sobre la condición humana.

De pequeños, tenemos gran cantidad de juguetes con los que aprendemos, se convierten en una extensión de nosotros y moldeamos así nuestra personalidad. Desde jugar a las familias con muñecas hasta hacer comida con barro. El juguete y el juego son el vehículo con el que aprendemos las reglas no escritas de los adultos, con el que imitamos su comportamiento.

Los objetos, al convertirse en juguetes, tienen la capacidad de transformar y mutar un objeto en otro. Un palo es una espada o una pistola, un trozo de cartón es una corona. Un montón de escombros son una gran montaña en cuyo corazón habita un trol.

Decimos pretendidamente “es” y no “simula ser”, porque para los niños, en el juego, las cosas son y no parecen. Luchas contra los dragones, tu arma dispara rayos láser, tu muñeca toma el té e interactúa contigo, la comida imaginaria de tu plato sabe maravillosamente. Los roles en el juego son reales hasta que la realidad te saca traumáticamente del él.

En el juego siempre hay regeneración y responde a un ciclo sin fin. Solo ha de tocarte un amigo en el hombro para sobrevivir. Solo estás muerto el tiempo que tardas en contar hasta diez. En el juego tenemos la capacidad de transformar, cambiar y mejorar las aristas más desagradables de la existencia. En el juego todo es posible.

En el juego, los imperios se destruyen solo para volverse a reconstruir minutos después, con las mismas piezas. El ciclo es ahí más evidente que en cualquier otro ámbito. El juego se termina, se intercambian los roles y se vuelve a empezar.

Con los juguetes, o jugando, aprendemos como funcionan las cosas, como funcionan los mecanismos, aprendemos la parte lógica e ilógica de cuanto nos rodea. No hay ningún límite más que el que dicte nuestra imaginación. Aprendemos la física del mundo, a interactuar con nuestro entorno. Nos damos cuenta de que los juegos tienen reglas y funcionan bajo consenso, y si esas reglas se violan, el juego deja de tener sentido.  Parece que el mundo en el juego siempre tiende a estar más equilibrado y ser más justo que la vida real.

Es interesante la manera en la que jugamos, por ejemplo con figuras de acción o muñecas. Son juguetes sugerentes porque por si mismos no tienen un significado completo, a pesar de que se intente crear la mayor cantidad de elementos definitorios (complementos, escenarios…) para ellos (bueno para el mercado, malo para la imaginación). El contexto, el trasfondo, es creado en nuestra cabeza, que es donde esos juguetes cobran vida, donde hablan y donde se completan.  Un escenario nunca va a ser tan interesante como el que podemos evocar en nuestra cabeza, porque el imaginario no tiene ningún límite.

Por eso no deja de ser curioso que un juguete, intelectualmente es más sofisticado cuanto más rudimentario es, porque exige un mayor esfuerzo de evocación.

Hay ciertos juegos que se practican en aldeas de África e India (no olvidemos que el juego tan popular como el parchís tiene un origen Indio) que no se han podido adaptar por ser demasiado complejos para el mundo occidental, a pesar de ser técnicamente rudimentarios.

Otra característica que define el jugar es “interpretar”. Ser actor se asocia a la idea de jugar (en inglés,  un guión sigue siendo “play” y los interpretes “players”) porque no se pierde ese concepto de ser otra cosa distinta a la que eres habitualmente, un nuevo rol en un contexto imaginario. Un cocinero, un bombero, una heroína. El juego, entonces, no solo convierte y muta a los objetos, nos cambia a nosotros mismos.

Play, en el idioma anglosajón sigue siendo sinónimo de “fingir”. Si reflexionamos sobre esta importante acepción…

…¿Dejamos en algún momento, entonces, de jugar?

Cuando crecemos, intentamos disimular, esconder o disfrazar nuestra necesidad de jugar. El adulto lo soluciona a veces llamando hobby al acto de poder seguir jugando. Nunca dejamos de tener esta necesidad, la hacemos más sofisticada, más adulta, a veces más estúpida. Pero la pulsión nunca desaparece.  Es más, al acto de crear o ser creativo muchas veces se identifica con jugar. Jugar con ideas.

De pequeños, crear y jugar es una misma cosa. Uno de nuestros primeros juguetes es un lápiz. Todos los niños son potencialmente creativos, escritores, artistas.  Un buen creativo nunca pierde su capacidad de jugar. De transformar el mundo, por tanto.

 

Al fin y al cabo, la vida no es más que un juego en el que hay que ir superando obstáculos e interpretando roles, para encajar en un sistema.

 

Al final de la partida, se remueven las fichas otra vez y se empieza de nuevo.

Artículo publicado originalmente en la editorial del número 2 de “La Panaderia”, el magazine de El Creadero. Febrero de 2015.