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microrrelato

#260

By 17 septiembre, 2021noviembre 30th, 2021No Comments

El negocio no iba bien. Había empezado siendo un trabajo sencillo y con pocos sobresaltos. Normalmente conseguir los encargos que le pedían no era excesivamente complicado. La mayoría de veces eran cosas que podían obtenerse por cauce legal, solo que ella era más rápida consiguiéndolo. Su mercado era principalmente zonas periféricas del Imperio donde todo iba un poco más lento. Ella se desviaba de las rutas amables (llamadas así porque eran bastante seguras) para transitar por zonas más volátiles y peligrosas, a menudo plagada de bandoleros. Había aprendido a moverse rápido y a ser casi invisible. También había aprendido a no aceptar encargos que tuvieran algo que ver con la tecnología sagrada que solo podían utilizar los fieles al Imperio. Eso siempre significaba problemas. Era siempre mejor no jugar con fuego y sobre todo, tener lejos al Imperio. Pero la realidad era que el negocio no iba bien. No era un buen momento para ser contrabandista. La delincuencia, debido a la decadencia en la que estaba sumida el Imperio, se había intensificado mucho, incluso en las rutas amables y hasta a ella le estaba constando mucho encontrar y transportar las mercancías. Por eso había tenido que obviar su norma de no interferir en asuntos de El Imperio. Era una gran suma de dinero y ya le habían pagado una parte.

Armas del Imperio. Aquello era como tener ascuas ardiendo en las manos. No quería saber ni de dónde habían salido (más bien, de dónde habían sido robadas) ni cuál era su destino (lo sabía perfectamente, iba a ir a alguna célula revolucionaria que estaba empezando a preocupar al Emperador). A ella le iba bien porque no hacía preguntas. Nunca quería hacerlas. Se dijo que solo era un trabajo más y que simplemente debía de llevar un poco de más cuidado que de costumbre. Y ser un poco más invisible.

Sabía que el Imperio tenía ojos por todas partes. Tendría que ir por los arrecifes. Incluso por el páramo. Aquello le erizó el vello.

Terminó de cargar la mercancía y cerró con un fuerte golpe el compartimento de su oxidada nave. Sabía que esto iba a acabar mal. Ojalá tuviera alguna otra opción.

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