Los ronquidos cesaron y la princesa se estremeció. Sabía lo que eso significaba. Escuchó como el ogro se despertaba perezosamente, emitiendo gruñidos. Su tos sonaba como un pozo burbujeando flema.
Ella se encogió. Escuchó cómo se acercaba desde la oscuridad, con pasos viscosos, respirando pesadamente. Pudo vislumbrar el tenue brillo del candil que el ogro portaba en la mano.
Sabía que iba a correr la misma suerte que sus hermanas.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero también de ira incandescente. Apretó con fuerza el pequeño hueso afilado que había encontrado en aquella minúscula celda y que desde hacía dos noches no había soltado de su mano.