Sara caminaba encorvada con la cabeza agachada y cubierta por la capucha de su chubasquero. Llovía mucho, tanto como para que multitud de burbujas efímeras brotaran de los charcos. Estaba llegando al instituto.
Otro día más. Otro de soportar a Clara y a las gilipollas de sus amigas. No sabía que le harían, pero sí tenía la absoluta seguridad sería algo, daba igual lo que fuera. Sería el color de su chubasquero, sus botas de agua, su mochila raída, su manera de caminar, su peinado, su cara.
Cualquier cosa valdría de pretexto para recibir un poco de humillación y otro poco de puñetazos. O todo lo que pueda ser mínimamente humillante. La última vez que lo hicieron fue en los aseos solo hacía unos días. Le tiraron un tampón usado mientras ella meaba. Podía oír los alaridos de risas histéricas que escupían. El tampón no le dio, de todas maneras. Le hubiera dado igual.
Al menos así habría tenido una excusa para volver a casa.
Estaba harta de llegar a casa llorando. También de llorar antes de entrar en el instituto. Se había convertido en un lugar hostil. Sentía como la ansiedad crecía a cada paso que la acercaba al edificio.
Oyó un timbre a lo lejos. Llegaba tarde. Vio a lo lejos como Clara y las gilipollas de sus amigas entraban corriendo, protegiéndose de la lluvia con sus carpetas tapizadas de ídolos adolescentes, riendo escandalosamente. Y pensar que Clara y ella habían sido grandes amigas unos pocos años antes… No entendía bien lo que le había ocurrido.
Se dio cuenta de que había dejado de caminar, podía oír la lluvia estrellándose contra la capucha de su chubasquero, produciendo un ruido ensordecedor.
Las gotas de lluvia se mezclaban con sus lágrimas.
¿Cuánto tiempo podría seguir así, sin romperse? Se hacía esa pregunta todas las mañanas.
No podía volver a casa, no podía entrar en clase. Simplemente estaba ahí, parada, sin saber qué hacer. Lo que sí sabía era la respuesta a la pregunta que tantas veces se había planteado.
¿Qué cuánto tiempo podría aguantar? Pues ya tenía la respuesta. Era “hasta hoy”.
Se dio cuenta allí, en medio de la lluvia, de que se había terminado de romper.