Mientras escribo suena Strange Hours de Recoil.
Hola;
Espero que estés bien, muy bien o, al menos, mejor que desde mi última carta.
Ayer jueves 23 de abril fue el día del libro y me parece un momento idóneo como cualquier otro para hablarte de mi relación con ellos. O cómo me enamoré de la lectura. Algunos pequeños hitos relacionados con los libros.
En mi casa, mi madre leía y mi padre no. Aún sigue siendo así. Ella fue maestra de lengua en mi colegio (por lo que durante una etapa fue también mi maestra). Ella me descubrió, por ejemplo, la obra de Ana María Matute. El caso es que me recuerdo leyendo desde muy pequeño, fundamentalmente tebeos, que devoraba compulsivamente.
Pero podría datar que me aficioné a la lectura con 9 años, un hábito que ha tenido subidas y bajadas, etapas de leer mucho y otras de no leer nada. No me considero un lector voraz, tampoco voy a ir de nada de lo que no soy. De hecho, tengo la comprensión lectora reducida (mis faltas de ortografía lo demuestran) y me desconcentro leyendo con mucha facilidad.
Recuerdo que fue con esa edad porque fue el año que me apunté, junto con mis amigos, a la biblioteca del colegio. La biblioteca era una sala alargada y oscura, con una gran librería que abarcaba la totalidad de una de las paredes. La biblioteca era gestionada por alumnas de los últimos cursos y hacíamos las adquisiciones y devoluciones durante el recreo. Había, principalmente libros de las distintas colecciones de Barco de Vapor separadas por colores y de Alfaguara, aquellas míticas de lomo amarillo oscuro, que tenían unas magníficas portadas. Es curioso que pueda recordar, tanto tiempo después, con total viveza, los libros que saqué de aquella biblioteca. Quizá fue porque esas primeras lecturas se marcan a fuego en la memoria.
Leí Momo, libro del que te hablé en otra carta. Leí El Pequeño Nicolás de Goscinny, autor que ya conocía por los tebeos de Asterix y creo que por eso me animé a leerlo. Había uno sobre la vida de un pajarillo del que me es imposible recordar el nombre y también el Superzorro de Roald Dhal. Pero sin duda, el que más me marcó en ese tiempo fue Las Brujas, del mismo autor. Recuerdo leerlo en casa de mis abuelos y vivir muy intensamente sus páginas. También que la historia de la niña encerrada en un cuadro me llenó de absoluto pavor y tristeza.
A partir de ahí, fui alternando las lecturas del colegio, que me aburrían, con otras mucho más divertidas en casa, debido a que, como tanta gente de mi generación, mis padres se hicieron del desaparecido Círculo de Lectores. Recuerdo la llegada del catálogo-revista (¿bimensual? no lo recuerdo bien) con auténtica emoción. Mi madre dejaba que pidiera un libro (mi hermana muchas alternaba entre libros y discos) y así obtuve La Historia Interminable o El Señor de Los Anillos entre muchos otros. El único conocimiento que tenía sobre la obra de Tolkien era el tebeo El Señor de los Chupetes, de Superlópez y lo pedí precisamente por eso. Tenía 11 años cuando lo tuve en mis manos y no tuve ánimos para leerlo hasta los 15. Creo que el volumen del ejemplar, el tamaño de letra mínimo y fino grosor del papel me intimidó en aquel momento. Solo había visto algo así en otro tochazo épico, que era la Biblia. No me veía capaz de afrontar esa lectura y siempre llegaba solo al prólogo sobre la hierba para pipa, que me parecía mortalmente aburrido (disculpas a M, que estará leyendo esto indignada 😘). Debía de haber empezado por El Hobbit, que era un libro más adecuado para esa edad, en mi opinión, pero conocía nada más allá del autor de lo que tenía en mis manos.
Leer El Señor de los Anillos en mi adolescencia fue uno de los momentos más intensos (era la edad adecuada para ello, creo) que he tenido como lector (fue, literalmente, un viaje para mí. Sufrí, lloré y me emocioné junto a toda la Compañía del Anillo).
La Historia Interminable es posiblemente el libro que más me ha marcado como lector. Una metáfora sobre la creación literaria y artística camuflado en novela de fantasía juvenil. Posiblemente el libro más especial que he leído en mi juventud.
Como puedes ver, la relación entre tebeo y literatura es, en mi caso (y supongo que en el de cualquiera que ame los dos medios), muy íntima y estrecha. Ya te digo que mi primer contacto con la lectura fueron los cómics y no he dejado de leerlos desde entonces.
Inciso: no vas a encontrar nunca aquí ningún atisbo de debate o posición al respecto. No distingo entre un buen cómic y una buena novela. Cada medio llegará a un sitio de manera distinta. Todo ese debate de si los cómics son literatura o no me aburren muchísimo. Los que necesitan que las cosas sean más de lo que son es porque tienen algún tipo de complejo. ¿Los tebeos son literatura? Los tebeos son tebeos y creo que no necesitan ser otra cosa que eso mismo.
Las referencias literarias en los cómics me hicieron leer, por pura curiosidad algunos de los títulos que hacían referencia, o bien una adaptación al cómic me hacía leer el libro (eso me pasó con El Lazarillo de Tormes, así que no subestimes nunca el gran beneficio que puede hacer una adaptación de algo al tebeo, un formato muy accesible que puede abrir muchas puertas inesperadas). De nuevo, en esto debo recordar Superlópez. Tras leer su Viaje al Centro de la Tierra, sentí la necesidad de leer la obra de Julio Verne porque muchas de las cosas que salían en el tebeo no quedaban explicadas intencionadamente (A veces llegaban a sitios donde ocurría algún fenómeno extraño y el propio protagonista, rompiendo la cuarta pared decía "¿Quieres saber por qué ocurre esto? Pues lee el libro"). Como animación a la lectura me parece brillante, al menos conmigo funcionó.
20.000 leguas de viaje submarino lo leí porque me flipaba la película de Disney y ahí entendí que un libro, por regla general, siempre iba a llegar más lejos que una película. Todo en mi cabeza era más grande. También las elipsis y lo que no se contaba era más fascinante que lo mostrado, como ocurría en Otra Vuelta de Tuerca.
Los veranos pasábamos mucho tiempo en la casa de campo de mi abuelo Patricio, que era un ávido lector. Nos mandaba tareas y me encargó regar una gran cantidad de pinos jóvenes (tenían mi edad). Le dije que me aburría haciendo eso y me recomendó que lo hiciera mientras leía y me dejó las obras completas de Sherlock Holmes, que tenía por allí. Me absorbí tanto en la lectura que provoqué un pequeño desastre por desbordamiento.
Durante mi adolescencia me aficioné irremediablemente a la literatura de terror, con Stephen King como autor favorito, como no podía ser de otra manera. No he sido tampoco el lector más original del mundo. Recuerdo Leer IT un septiembre de 1996. Recuerdo también odiar a King con todas mis fuerzas por su final. No sería la última vez que me pasara con él.
Luego vinieron cosas más raras como La Fábrica de las Avispas, de Iain Banks, que tuvo mucha influencia en la imaginería de Midnight Mystery Theatre. Y Clive Barker. Y Matherson. Y Shirley Jackson...
También recuerdo con mucho cariño la clase de Literatura Universal de segundo de Bachillerato, porque me permitió leer cosas para mí impensables hasta ese momento, como Shakespeare, Poe, Chaucer, Boccaccio o Stendhal. En ese momento, leer por placer en horario lectivo era una vía de escape sin igual para escapar de la presión de Selectividad. Me ayudó muchísimo a conocer y adentrarme en la historia de la literatura.
Y a entender muchas de las referencias del cómic Sandman.
Y tantos y tantos libros más desde entonces. Y todos los que quedan por leer. Antes me daba una especie de FOMO ser consciente de la infinita cantidad de libros que no voy a poder leer. Ahora eso ya me da un poco más igual. Voy a leer los que pueda y quiera. Y será suficiente porque no podrá ser de otra manera.
Cada medio artístico tiene una cualidad especial y única (o varias). La música tiene, no sé si a ti te ocurre parecido, un impacto muy directo e intuitivo con mi ánimo. La pintura me deja un poso más rezagado que me acompaña durante días. Algo muy similar me ocurre con el cine. La literatura tiene una capacidad muy singular. Me hace sentir acompañado mientras leo.
Alguien dijo que cuando un escritor o escritora fallece, tiene la ventaja de nunca hacerlo del todo, porque cuando abres un libro suyo es como tener una especie de conversación con él o ella. Y creo que es cierto. No hay otro medio que pueda unir de manera más íntima dos mentes, la del escritor y la del lector.
Sigo pensando que el libro es el objeto más maravilloso que ha creado el ser humano, muy por encima de la rueda. Incluso del Chromecast, como diría mi amigo J.M. Gómez.
Celebrémoslo siempre. |